El dolor duplicado: la familia que tuvo que velar dos veces al mismo ser querido por un “error”
El insólito suceso se dio por una negligencia entre el Hospital de Clínicas y la empresa Caruso. El fallo del juez federal reconoció el daño moral y la falta de las precauciones exigidas en un acto de tanta sensibilidad.

La historia parece salida de un sueño absurdo, pero ocurrió en Córdoba. Una familia atravesó dos veces el mismo ritual, en el mismo lugar, con el mismo cuerpo y el mismo dolor. Dos veces se despidieron de su ser querido, dos veces lo velaron, dos veces lo vieron partir. Lo que debía ser un cierre se convirtió en una herida abierta, revivida en el mismo punto exacto donde el duelo ya había sido vivido.
Primero creyeron haber cerrado el ciclo. El cuerpo fue retirado del Hospital de Clínicas, se preparó el velorio, las coronas llegaron con los nombres escritos en cintas doradas, hubo rezos, lágrimas, abrazos y palabras dichas en voz baja. Después, la cremación. El fuego como último gesto de despedida, la certeza dolorosa de que el duelo empezaba. Pero semanas más tarde, una llamada cambió todo: “Hay un error”, les dijeron. “El cuerpo que velaron no era el de su padre”.
El hospital dependiente de la Universidad Nacional de Córdoba reconoció que en la morgue se había producido una confusión. Dos personas con el mismo apellido murieron con horas de diferencia. Un empleado de la empresa Caruso, encargada del servicio fúnebre, retiró el cuerpo equivocado. Nadie lo notó. Las etiquetas, los formularios, la rutina: todo pareció suficiente para confiar en un sistema que, esa vez, falló en lo más elemental.
La noticia cayó como un golpe seco. No sólo porque el error era impensable, sino porque los obligaba a revivir lo que creían ya vivido. A repetir la misma despedida, con las mismas manos temblorosas, las mismas palabras, los mismos ojos rojos. A caminar por los mismos pasillos del dolor, con la diferencia de que ahora el asombro y la incredulidad se mezclaban con la bronca.
El director del hospital los recibió en su despacho. Intentó explicar. Dijo que había sido un malentendido, que la empresa había actuado sin autorización, que se haría una investigación. La funeraria, por su parte, señaló al hospital: que el cuerpo había sido entregado así, que las etiquetas estaban mal puestas. Mientras tanto, en medio de esas acusaciones cruzadas, la familia volvió a la morgue.
El fallo del Juzgado Federal de 1era Instancia, dictado por el juez Carlos Ochoa, reconoció la magnitud de ese padecimiento y condenó, de manera parcial, a la empresa Caruso, a la Universidad Nacional de Córdoba y al Hospital de Clínicas. No se juzgó una muerte, sino algo más difícil de nombrar: el dolor de tener que despedirse dos veces de la misma persona.
En el fallo se describe el hecho como un daño real, concreto y profundamente humano. No se trataba de una confusión administrativa, sino de una falta que vulneró algo esencial: el derecho a despedir dignamente a un ser querido.
Entre la primera y la segunda ceremonia pasaron casi cuarenta días. Cuarenta días en los que la familia creyó haber iniciado el duelo, cuando en realidad seguía atrapada en una mentira ajena. La llamada del hospital desarmó todo: las certezas, los recuerdos, hasta las oraciones pronunciadas frente a un cuerpo que no era el suyo. Y luego, la duda inevitable: ¿a quién lloraron? ¿a quién entregaron al fuego?
El fallo judicial que llegó meses después no reparó ese dolor, pero al menos lo reconoció. Confirmó que tanto el Hospital de Clínicas como la empresa Caruso habían actuado con negligencia. Que hubo descuidos compartidos, omisiones y un sistema sin controles eficaces.
En el fallo se establece la responsabilidad concurrente de las instituciones demandadas: la Universidad Nacional de Córdoba, el Hospital de Clínicas y la empresa Caruso. La familia, representada por la abogada Paulina Piedrabuena, recibió la sentencia con sentimientos encontrados. “Todavía están muy conmovidos, pero les hubiera gustado que le atribuyeran mayor responsabilidad a Caruso, no solo la concurrente respecto de uno de los hijos. Lo consideran un error inexcusable, una negligencia que no tiene valor con ninguna suma de dinero.”
El juez fue claro: lo ocurrido afectó valores profundos, ligados a la identidad, a la intimidad y al respeto que se debe incluso después de la muerte. El magistrado advirtió que no se acreditó el cumplimiento de las precauciones requeridas y que la falta de diligencia en un procedimiento tan delicado tornó imputable el error a la empresa y sus auxiliares. Lo que se dañó no fue sólo una gestión, sino un vínculo sagrado entre los vivos y sus muertos.
Para la familia, lo que queda es la memoria de ese doble ritual. Dos urnas, dos velorios, dos veces el mismo camino. La sala de despedida convertida en espejo, el tiempo suspendido. Porque el duelo es una sola vez. Es un momento que no admite repetición. Y sin embargo, en esta historia, hubo que hacerlo dos veces.
El fallo, dictado en los Tribunales Federales de Córdoba, ordenó que ambas instituciones respondan por los daños causados y adopten medidas para que algo así no vuelva a ocurrir. No se trata sólo de un castigo económico, sino de una advertencia ética: no hay error menor cuando lo que está en juego es el último gesto de amor hacia alguien que se fue.
En el fondo, esta historia no habla de papeles, sino de ritos. De cómo una confusión puede desordenar hasta lo más íntimo de la experiencia humana: decir adiós. Y de cómo, a veces, la realidad puede ser tan absurda que obliga a atravesar el mismo dolor dos veces, como si no hubiera bastado una sola muerte.